MYRIAM CONESA (Murcia) | 10/03/2017

A mi la EM me abrió los ojos. Yo tenía 34 años y una carrera prometedora en el ámbito de los Recursos Humanos. Largas jornadas de trabajo, una vida en carretera, estrés, malas comidas de restaurante, tabaco, pocas relaciones sociales fuera del trabajo, no había tiempo para tener pareja, muy poco tiempo libre para disfrutar, relaciones tensas, de envidias y competitividad insana. Además, había pasado por una situación familiar muy difícil: una prima hermana muy cercana a mi había fallecido de un tumor cerebral con 24 años hacía muy poco tiempo, también su padre (mi tío) falleció repentinamente a los pocos meses. Mi abuela con alzheimer vivía en mi casa y falleció poco antes del diagnóstico. No tenía vida más allá del trabajo y de velar a mis muertos.

Y llegó julio de 2010, en Murcia, un calor asfixiante, 45 ºC a la sombra y unos mareos repentinos que yo achaqué al calor. Seguí trabajando hasta que los mareos ya no me permitieron andar sin agarrarme a las paredes. Fui al médico de cabecera y este inmediatamente vio que algo a nivel neurológico estaba pasando. Me fui a urgencias y pasé allí más de 12 horas esperando que alguien me dijera algo. No se me olvidará en la vida: mientras toda España veía el gol de Iniesta que nos dio el título más grande de todos los tiempos yo esperaba un diagnóstico de algo grave. Cuando por fin el neurólogo de guardia me atendió y me pidió que andara sobre una línea, me di cuenta de que la orden que emitía mi cerebro no era obedecida por mis piernas. Nos derrumbamos todos: mi madre, el neurólogo y yo. Los tres llorando como magdalenas. Algo pasaba y era grave. Por mi cabeza rondaba el tumor que mató a mi prima. Y a la vez, quería ser el apoyo de mi madre y mostrarme fuerte, ya que ella estaba destrozada, supongo que pensando lo mismo.

Vinieron semanas de pruebas poco tranquilizadoras (la resonancia magnética mostraba una mancha en el cerebro de más de 1 cm de diámetro), me hicieron la punción lumbar, los potenciales evocados, estuve ingresada en el hospital con medio lado de mi cuerpo paralizado, una neuritis óptica en el ojo izquierdo que me dejó medio ciega y perdí la sensibilidad en la lengua. Y en Agosto tenía un viaje programado a Italia que no me quería perder.

Así que con este panorama, mi sentido común reaccionó y pensé: tengo que vivir, disfrutar de cada momento, rodearme de gente con la que quiero estar, hacer lo que me gusta, aprovechar cada minuto, no dejar que el tiempo que me quede sea triste… Y me fui a Italia con el alta voluntaria y sin diagnóstico. Diez días, con el apoyo de dos amigos que se adaptaron a mi ritmo y me ayudaron en todo. Pensando que tal vez me iba a morir. Y en ese viaje tomé decisiones. Acabaría mi contrato y no renovaría. Cambiaría de actividad. Disfrutaría. Me apuntaría a teatro. Conocería gente.

Al volver, cuando confirmaron el diagnóstico de Esclerosis Múltiple, no me pareció tan grave. Me preocupaba acabar en silla de ruedas, pero pensé que me adaptaría a lo que viniera y que no iba a permitir que una enfermedad me impidiera vivir y disfrutar. Pasé unos años difíciles, con muchos brotes, pinchándome y sufriendo los efectos secundarios de la medicación, pero empecé a vivir. Conocí al que hoy es mi marido y cuando le dije que tenía la enfermedad no sólo se quedó a mi lado, sino que me quiso aún más por mi valentía y mi nueva forma de entender la vida.

Al principio no quería ir a la Asociación de EM de mi ciudad, porque pensaba que ver a otros peor que yo me iba a impactar negativamente. Pero cuando lo hice descubrí lo bien que sienta hablar con gente que ha pasado por situaciones similares a la tuya, que te resuelven dudas con la medicación, con los síntomas, que te aconsejan y te entienden de una manera diferente a como lo pueda hacer tu familia o tus amigos… y cuando vi a gente que estaba peor que yo aprendí que se puede vivir plenamente con todas las limitaciones del mundo, que la gente con EM es luchadora, que la positividad nos ayuda a estar mejor y que entre todos sumamos para ayudar a encontrar una cura.

Hoy estoy estable, llevo dos años sin brotes, tomo pastillas que han mejorado mi calidad de vida considerablemente, ando con ayuda de un bastón, pero hago deporte, estoy en un grupo de teatro musical, me dedico al trabajo social y disfruto siempre que puedo de viajar en compañía de mi marido y de mis amigos, tengo tiempo libre para mí y los míos y soy muy feliz. Desde luego, la EM me abrió los ojos y me enseñó qué es lo verdaderamente importante en la vida, y que no existen límites salvo los que uno mismo se impone, tenga la enfermedad o no.


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